Informalidad: más grande y peor de lo que parece
Por Armando Castelar Pinheiro - Valor Econômico (23/07/04)
Era una predicción que prestaba atención al carácter social de la informalidad, marcada hasta entonces por el predominio entre los vendedores ambulantes de discapacitados físicos, desocupados y migrantes recién llegados a los grandes centros. La informalidad se preocupa más por señalar un empeoramiento de la situación social que por sus repercusiones negativas en el desarrollo nacional. Esto ha cambiado, y mucho, en estas dos décadas. Así lo demuestra el informe recientemente publicado de McKinsey, "Eliminación de barreras al crecimiento económico y la economía formal".
El trabajo aporta una serie de aportes a la comprensión de este tema. Uno de ellos es proponer definir la informalidad como “la ejecución de actividades lícitas de manera irregular, a través del incumplimiento de la normativa que implica un costo significativo”. Delimita así un perímetro de la economía informal que, sin incluir actividades ilegales, contiene mucho más que empresas que no respetan los derechos laborales de sus empleados. Según esta definición, todas las empresas que obtienen al menos parte de su rentabilidad del incumplimiento de regulaciones onerosas son informales.
Esta competitividad espuria socava el crecimiento de dos formas principales. En primer lugar, permite que las empresas ineficientes mantengan su "participación de mercado", dificultando la expansión de las empresas más productivas, que también son aquellas que logran aumentar su productividad más rápidamente. En segundo lugar, como las empresas informales son, por naturaleza, más riesgosas y carecen de incentivos y medios para crecer, el proceso de acumulación se ve comprometido.
De esta forma, se sacrifica tanto el aumento de la productividad como la tasa de inversión, penalizando el crecimiento económico. A medida que las empresas informales llegan a dominar una gran parte de la economía, como en Brasil, donde el 55% de la fuerza laboral, incluido el sector público, son informales, las implicaciones macroeconómicas de este proceso se vuelven significativas. Obviamente, la otra cara de la moneda es que existe un gran potencial para acelerar el crecimiento de la economía brasileña mediante la reducción de la informalidad. Las estimaciones de McKinsey muestran que el PIB brasileño podría crecer dos puntos porcentuales más por año, reduciendo la informalidad en un 20%. El informe lleva al menos a otras cinco conclusiones importantes:
[1] La informalidad tiene muchas caras. Va desde la evasión fiscal y de seguridad social hasta la falta de respeto a los derechos de propiedad y el incumplimiento de las normas de salud. Los ejemplos son muchos. Este hallazgo refuerza la conclusión de que la informalidad hace tiempo que dejó de ser una válvula de escape para los trabajadores desempleados para convertirse en una opción estratégica para las empresas de los más diversos sectores de la economía. La informalidad es una decisión empresarial que sopesa las ganancias, los costos y los riesgos.
La informalidad ha dejado de ser una política social disfrazada para convertirse en una política industrial al revés
[2] Existe un círculo vicioso en la informalidad. A medida que más empresas no pagan sus impuestos y contribuciones, más es necesario gravar a las empresas y a los trabajadores formales para mantener los mismos ingresos. Asimismo, la competitividad espuria que obtienen las empresas informales obliga a muchos de sus competidores a seguir el mismo camino para seguir siendo viables. Por tanto, no hay nada que diga que la expansión de la economía informal esté próxima a terminar. Por lo contrario. La buena noticia, en cambio, es que la reducción de la informalidad puede generar una dinámica positiva, si se tiene cuidado de incrementar el número de empresas formales reduciendo la carga tributaria sobre ellas.
[3] La lucha contra la informalidad misma sufre este círculo vicioso. Cuando esto asume la magnitud que tiene hoy en Brasil, la imposición de sanciones es muy difícil, ya que eludir y eludir la ley se convierte en parte de la vida cotidiana de una gran parte de la población. Como muestra el informe de McKinsey, hay cadenas de suministro que operan casi en su totalidad en la informalidad. El propio consumidor, en la búsqueda del precio más bajo, se convierte en socio en este proceso.
[4] La tolerancia a la evasión fiscal y la falta de respeto a la ley tiene importantes implicaciones sociales. Reduce la seguridad jurídica, facilita el blanqueo de capitales, fomenta la corrupción, en sus diferentes formas, y hace más aceptables socialmente las actividades ilícitas, lo que conduce al deterioro de valores que contribuyen a fomentar la delincuencia. Así, si los más directamente afectados por la informalidad son el Estado, el contribuyente y, en varios casos, el consumidor, de manera indirecta esto ocasiona graves perjuicios al ciudadano en general.
[5] La lucha contra la informalidad debe ser multifacética, requiriendo acciones en diferentes áreas. Esto requiere estrategia, compromiso gubernamental y apoyo político y social. La aplicación efectiva de sanciones, que no necesariamente tienen que ser más estrictas, debe combinarse con la reducción de impuestos y regulaciones corporativas y el otorgamiento de mayores beneficios a las empresas formales. Por ejemplo, los bancos públicos pueden ser más exigentes con el cumplimiento de sus clientes con las obligaciones tributarias y regulatorias. El poder judicial también puede contribuir a que la informalidad sea menos rentable para las empresas.
Lo cierto es que hoy en día la informalidad hace más daño que ayuda a los trabajadores desempleados. Hace tiempo que dejó de ser una política social disfrazada para convertirse en una política industrial al revés, que reduce el crecimiento económico, la oferta de buenos empleos y la capacidad de adoptar políticas sociales adecuadas. Ya no es necesario ir a Bolivia para ver cuánto obstaculiza el desarrollo.
Armando Castelar Pinheiro, economista del Ipea y profesor del IE-UFRJ escribe mensualmente los viernes.
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