Votos y vidas

por ETCO

Fuente: O Liberal - PA - 11/08/2009

Durante mucho tiempo se ha dicho que la burocracia mata. Pero, estrictamente hablando, no es la burocracia la que mata o causa daño o perjuicio a los seres humanos.

Lo que mata y daña es el exceso de burocracia, es el desdén, es la falta de noción absoluta sobre las prioridades que afectan directamente al bienestar de toda una comunidad o de un grupo específico de personas.

La burocracia, en sí misma, no es ni un mal ni un bien. Es simplemente necesario. Implica rutinas, procedimientos, prácticas comunes. Cuando esto anula el sentido común, la racionalidad, entonces tenemos la burocracia del mal.

La sociedad Paraense asiste, en relación con los pacientes tratados en el Hospital Ophir Loyola (HOL), una mezcla de burocracia del mal con desdén, falta de respeto y desprecio por los derechos ciudadanos básicos. En resumen: observe la crueldad vestida de burocracia, o viceversa. El único conjunto de radioterapia del hospital a menudo ha presentado problemas que impiden la atención completa de los pacientes que se someten a un tratamiento contra el cáncer. Las reparaciones, que deben realizarse de forma urgente, rápida, llevan meses. Eso es inadmisible.

Es un hecho, además, que existen dos conjuntos más de equipos de radioterapia, ambos nuevos, recibidos del Ministerio de Salud en el gobierno antes que el actual, pero nunca se han instalado hasta el día de hoy. Uno de estos conjuntos estaba destinado al Hospital Regional de Santarém, otro al Hospital Ophir Loyola.

El resultado de todo esto: unas 200 personas están paralizadas en HOL. Todos corren un grave riesgo de que su situación se agrave. En la región occidental del estado, cientos de personas ni siquiera pueden comprar un pasaje para viajar a Santarém y mucho menos a Belém, y si llegaran a la Capital, también se quedarían sin asistencia. La alternativa a esta situación es increíble: la dirección del hospital anunció a todos los pacientes que, para no interrumpir el tratamiento prescrito, deberán viajar a otros estados, incluidos Piauí y Tocantins.

Esto no fue una sugerencia, una recomendación. Era una comunicación, propia de las formuladas por los burócratas más crueles, insensibles y fríos.

De no ser así, todos estos problemas se habrían resuelto durante meses, porque se han estado arrastrando durante meses. La dirección del hospital ya debería haber tomado las medidas legales oportunas para obligar a las empresas y proveedores a dar mantenimiento, a suministrar piezas, en definitiva, a adoptar procedimientos por cuenta propia, para evitar que decenas de personas sufran las gravísimas consecuencias de esta sucesión de escandalosos omisiones y delincuentes.

No hay ninguna explicación que pueda justificar todo esto. Hay administradores y administradores; hay gerentes y gerentes. Quienes tienen el deber del deber de cuidar la vida humana, necesitan ajustar sus procedimientos y conducta a esta particularidad.

De la misma manera, hay burocracia y burocracia. El que se adopte en lugares y ambientes que deben preservar la vida humana debe adecuar también sus rutinas a esta particularidad. Por eso no hay ni habrá ninguna justificación que sea congruente, consistente, armónica con el sentido común y capaz de convencer a cualquiera de que no hubo al menos ningún desdén por parte del Poder Público en preservar las condiciones mínimas adecuadas para garantizar el servicio a los pacientes que han en el Hospital Ophir Loyola el único referente en el tratamiento del cáncer en el Norte.

El mismo Poder Público que es tan celoso en la ejecución de obras que ganan votos debe estar cada vez más celoso de su obligación de implementar obras y adoptar prácticas que salven vidas o que las preserven. Cuando los votos se superponen con la vida, resulta la crueldad. Una crueldad que, lamentablemente, sacrifica vidas. Cuando los votos se superponen con la vida, el resultado es una crueldad que sacrifica vidas.

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