Corrupción bajo control

por ETCO
09/09/2013

Roberto Abdenur, presidente ejecutivo del Instituto Brasileño de Ética en Competencia (ETCO)

Contra un mal que impregna todos los estratos de la sociedad, necesitamos medicamentos potentes, o mejor, vacunas. Cuando no hay vacunas, en contra del mal de la corrupción, que tiene un impacto directo en el desarrollo socioeconómico de los países, el camino hacia la prevención radica en la simplicidad, la transparencia, la clarificación y el castigo.

La simplicidad puede ser la clave para anular los argumentos de quienes practican la evasión fiscal, el comercio ilegal o la informalidad. La complejidad del sistema tributario brasileño, el tamaño de su carga, la burocracia y el largo proceso para pagar impuestos han sido un pretexto y un factor para la corrupción y la evasión fiscal. Las cifras ayudan a los argumentos pérfidos: en Brasil, las empresas pasan un promedio de 2.600 horas al año para pagar impuestos, en comparación con el promedio mundial de 277 horas, según el ranking de Pago de impuestos 2013, preparado por la consultora PWC, en asociación con el Banco Mundial y Corporación Financiera Internacional (CFI).

La transparencia es la base de la democracia y el mayor antídoto contra la corrupción. En los últimos años, Brasil ha establecido cambios en la relación entre los gobiernos y la población, en gran parte como resultado de la presión de sectores representativos de la sociedad. Nuevas leyes, como la de Responsabilidad Fiscal y 8.666 (de las Ofertas), muestran que el país ha estado invirtiendo en aumentar la transparencia. Otras iniciativas revelan la esperanza de una mayor transparencia en el tratamiento de los asuntos públicos, como el Sistema Federal de Acceso a la Información, la creación de los televisores Câmara y Senado o el proyecto que crea los Consejos de Ética en las Asambleas Legislativas y los Consejos Municipales.

La aclaración resulta de los esfuerzos de los gobiernos, las instituciones y las organizaciones de la sociedad civil para aumentar la conciencia pública sobre la importancia del comportamiento ético en todas las esferas. Tanto la corrupción menor, a menudo tolerada, como la participación de funcionarios públicos en grandes escándalos son esencialmente la misma mala conducta.

Sin embargo, para una buena parte de la población, esta relación sigue siendo intangible. Comprar productos pirateados o falsificados, cuando hay evidencia de que lo están haciendo, usar un soborno en lugar de tomar un curso de actualización del conductor con exceso de puntos en la licencia de conducir o en lugar de pagar cualquier tipo de multa, déjese llevar. oscuras ventajas comerciales. Todo esto es corrupción. A menudo tolerado. A menudo ni siquiera se percibe como tal.

La corrupción menor a menudo involucra a ciudadanos bien intencionados que consideran que no hay otra salida cuando se encuentran con un agente público malicioso. Pero también hay muchos casos de funcionarios públicos bien intencionados que se encuentran con personas con intenciones maliciosas, por lo que solo se resuelven los sobornos. Combatir la corrupción es un deber de todos nosotros.

Pero una gran cantidad de brasileños tienen, como ministra Ellen Gracie Northfleet, ex presidenta del Tribunal Supremo Federal (STF), una actitud dualista hacia la corrupción. Por un lado, la denuncia que abusa del prejuicio. Por otro lado, el letargo condescendiente a ciertas prácticas no republicanas.

Las consecuencias de esta indulgencia son graves para la economía. La Encuesta Global de Fraude 2012, de Ernst & Young, muestra que el 84% de los ejecutivos brasileños entrevistados en la encuesta creen que la corrupción está muy extendida en el entorno empresarial. El índice es superior al promedio mundial (39%) y al verificado en América Latina (68%). Pero los encuestados manifestaron que no están de acuerdo con esta situación y quieren mejorar el entorno empresarial. Para el 90% de ellos, debería haber más sanciones contra el fraude y las comisiones ilegales.

Finalmente, el castigo prueba que la sociedad no tolera tales desviaciones en la conducta. El sentimiento de impunidad ha sido identificado como uno de los principales factores en los altos niveles de percepción de corrupción en Brasil. El estudio Perceptions of Corruption Index 2012, de la ONG Transparencia Internacional, ubica a Brasil en el puesto 69 entre 176 países. En la parte superior, como menos corruptos, están Dinamarca, Suecia y Nueva Zelanda. Al final de la lista, Afganistán, Corea del Norte y Somalia.

En este sentido, la aprobación por el Senado del proyecto de ley de la Cámara (PLC) 0039/2013 (PL 6826/2011), el 4 de julio, sin cambios, es alentadora. Ciertamente, en respuesta a las manifestaciones populares de junio, el Senado incluyó en su agenda prioritaria la votación del proyecto de ley conocido como la Ley Anticorrupción. Permite castigar a las empresas, y no solo a sus representantes, individuos, que cometen actos contra la administración pública. El texto garantiza la compensación del daño causado a las arcas públicas por actos de improbabilidad.

Propuesto por el Poder Ejecutivo, y con el diputado federal Carlos Zarattini (PT-SP) como relator, el proyecto de ley fue sancionado por la presidenta Dilma Rousseff el 1 de agosto, con tres vetos. Debido a estos vetos, pasará por el Congreso nuevamente. Para Zarattini, Brasil es uno de los tres países de los 34 miembros de la OCDE que no tienen una ley específica para castigar a los corruptores. De ahí la importancia y urgencia de la aprobación de la Ley Anticorrupción.

La corrupción constituye un obstáculo para el desarrollo económico, especialmente porque resta recursos de las políticas públicas, aumenta el gasto público, provoca distorsiones y desequilibrios en la competencia entre empresas, estimula la evasión fiscal, provoca inseguridad jurídica, fomenta la delincuencia y da impulso a un cierto cultura de clemencia con las transgresiones.

Solo con simplicidad, transparencia, clarificación y castigo, además de instituciones sólidas en un entorno democrático, podremos romper los engranajes de la corrupción y crear la sociedad a la que aspiramos. La lucha contra la corrupción debe ser uno de los pilares en la construcción de los valores que pueden llevar a Brasil al lugar de merecido protagonismo en el panorama mundial.